En menos de dos años ha ocurrido una serie de desastres naturales que incitan al análisis de sus causas y efectos, no sólo desde un punto de vista económico, social o cultural, sino desde la óptica científica, pues la Tierra no sólo está despierta, está furiosa. La humanidad ya está familiarizada con definiciones científicas anteriormente desconocidas y vinculadas con los desastres naturales –como tsunami–. En un breve período y para su infortunio, ha palpado las devastadoras consecuencias de terremotos, huracanes, tormentas tropicales, vaguadas y hasta de los llamados coletazos. Ya la sociedad decodifica el lenguaje de la ciencia ambiental y metereológica. Tras el tsunami ocurrido en Asia, el eje terrestre se inclinó 2,5 centímetros –según estudios de la NASA–, además aceleró el proceso de rotación y la duración del día disminuyó tres microsegundos. Y todavía la mayoría de los habitantes de América consideran que este desastre no afectó su cotidianidad. Resulta insoslayable dedicar líneas al desastre natural que marcará la historia de Estados Unidos por largo tiempo, como lo fue el huracán Katrina. Es paradójico que uno de los países con una economía tan próspera, no usara la tecnología para proteger a una zona que desde hace años sus propios científicos habían advertido sobre la amenaza natural que estaba sobre ella, al ser un lugar ubicado por debajo del nivel del mar y rodeado de ríos. La incógnita gira en torno a qué está desatando la furia de la Tierra. La respuesta la suministra una explicación científica: el calentamiento global, el cual ha convertido al planeta en un gigantesco horno que aumenta su temperatura y deteriora al ambiente y por ende, afecta todas las actividades humanas. Científicos europeos y de América del Sur señalan que los huracanes se están alimentando precisamente de ese aire caliente que asecha al globo terráqueo. Los investigadores estadounidenses desmienten esta aseveración. ¿Por qué? Porque es este país uno de los que produce mayor emisión de gases en todo el mundo y aún así persiste en su idea de no firmar un compromiso para disminuir la producción de gases contaminantes, como lo es el Protocolo de Kyoto. Éste no sólo es un instrumento internacional, sino una responsabilidad que asumieron varias naciones de todos los continentes en aras de atenuar la destrucción de la capa de ozono y en consecuencia, garantizar la permanencia de la humanidad en la Tierra. Venezuela se adhirió al Protocolo en las postrimerías del año 2004 y dotada de una bendición natural, libera ozono a la atmósfera gracias a los relámpagos del Catatumbo (estado Zulia), los cuales son un espectáculo visual y una fuente viva de este gas azul a la humanidad. La ciencia ha predicho que la Costa del Atlántico ya es una especie de cuna de huracanes, los ríos retomarán sus cauces y el exceso de lluvias generará deslaves –deslizamientos de tierra–, disminuirá el agua dulce y aumentarán las temperaturas, pues el horno global apenas comienza a calentarse. Eso sin profundizar en la contaminación de los alimentos –gracias a los pesticidas arrojados al suelo– y la aparición de problemas de salud, los cuales muchas veces son incurables. |
Herly Quiñónez El Jardín Botánico de la Universidad Experimentatl del Táchira (UNET) ofrece a sus visitantes un recorrido por sus parajes que permite conocer la flora regional y nacional. Diversas orquídeas tanto regionales como de diversas partes del planeta se aprecian en las instalaciones del Jardín Botánico de la UNET. El Museo Entomológico reúne parte de las mariposas e insectos existentes en el estado Táchira. El bambú se encuentra en parte del Jardín, donde acuden niños y jóvenes a recorrer este espacio natural para comprender más la fauna y flora. Para más información: http://curly.unet.edu.ve/pjbunet/investigacion/herbariort.php
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