Herly Quiñónez
“Algún día estas imágenes serán mucho más esencia que recuerdo desde las que hablará la vida”. Siempre cito esta frase de uno de los poemas escritos por quien fue mi tutor de tesis: Andrés Rojas. Creo que lo hago más por manía o por esa extraña costumbre de pensar también como una de mis autoras favoritas, Rosa Montero, en que La Loca de la Casa es la memoria.
“Algún día estas imágenes serán mucho más esencia que recuerdo desde las que hablará la vida”. Siempre cito esta frase de uno de los poemas escritos por quien fue mi tutor de tesis: Andrés Rojas. Creo que lo hago más por manía o por esa extraña costumbre de pensar también como una de mis autoras favoritas, Rosa Montero, en que La Loca de la Casa es la memoria.
Y es que en estos
tiempos llenos de imaginería, el Ser y su memoria viven sujetos al mundo de las
imágenes, construidas y tejidas desde la niñez. Tampoco pareciera ser lo que dijo Gabriel García
Márquez en Vivir para Contarla: somos lo que recordamos y cómo lo contamos. La memoria
está atada a nuestros registros visuales, sonoros, olfativos y táctiles. Así
seguimos tejiendo y construyendo nuestra imagen-mundo.
Para opinar sobre un
lugar, un espacio, un hábitat, hay que luchar desde él, vivir, gozar y padecer la
cotidianidad en él, -soy reiterativa con el pronombre él- pues siempre corremos
el riesgo de sustentar nuestros juicios sobre momentos excesivamente banales,
fugaces o efímeros y por supuesto, atados
a nuestros condenables prejuicios.
En casa de mi abuela materna
siempre se escucharon las canciones de Carlos Gardel. Después de su muerte, soy
la custodia de esos discos familiares, y, sí, son de vinilo. Es precisamente
por esas imágenes con las que crecimos –en mi caso la voz de Gardel- por lo que
visité los espacios por donde el morocho del abasto cantaba. La vida es un
tango y hay que bailarlo de frente, decía mi abuela. La literalidad de esas
palabras la hallé en una clase de tango en Buenos Aires un día de octubre del
año 2012. Es cierto, se baila siempre hacia adelante. Un encuentro con la
partitura de Volver en la casa de Gardel me hizo recordar que: “… Sentir que es
un soplo la vida que veinte años no es nada que febril la mirada errante en las
sombras te busca y te nombra”.
Suelo sentir asfixia
cuando me rodea tanto cemento. Siempre me ha ocurrido. Mirar desde la sombra y
la luz a la ciudad, calles, edificios, fueron breves instantes. El cielo y el
suelo buscaban árboles y sí se escuchan aves citadinas en la mañana. Busqué miradas
o sonrisas. Eso, también ocurre por pretender que habito en la ciudad donde se
imagina a la cordialidad o la hospitalidad como parte de su ser. Supongo que la
tan discutida teoría del determinismo geográfico pudiese conseguir asidero en
estas experiencias. Somos desde donde venimos y hacia donde vamos. En este
momento se discurre en mi memoria: “Yo quiero ver muchos más delirantes por
ahí, bailando en una calle cualquiera, en Buenos Aires se ve que ya no hay
tiempo de más, la alegría no es sólo brasilera”.
Las universidades
públicas parecen narrar siempre las mismas historias en los países América
Latina. Son sus relatos de sobrevivencia, pero también de espíritu y tenacidad
latinoamericana. Así lo sentí. Somos diferentes, pero con problemas similares
entrecruzados en los caminos históricos resultados de procesos de colonización
y conquista o de ambición de poder política. Estos lugares, casas del saber y
del hacer, siempre enaltecen silenciosamente a sus países con sus pilares:
docencia e investigación. Así, la infraestructura –muchas veces despreciada- duerme
bajo el talento humano.
Los medios de
comunicación conocidos como tradicionales, han enfrentado múltiples problemas,
pero los del siglo XXI, éste que nos tocó vivir, están fundamentados en los
reclamos sociales, políticos, económicos y culturales, por quienes enarbolan la
bandera más desgastada y roída ya: la verdad. Al mirar en la ciudad avisos
señalándolos de mentirosos evocas la historia del Periodismo, quien al igual
que las universidades, lucha por la sobrevivencia en momentos donde los gobernantes
ejercen su poder desde las trincheras mediáticas. Se visten de variados colores
y pretenden dar voz a quienes no la tienen, pero les dictan la agenda pública y
muchas veces, imponen ideologías erosionadas por el viento político.
Los espacios
naturales y la fauna es “resguardada”, más por exhibicionismo o para la explotación
de las especies que por nuestro propio y verdadero sentir y deber de
protegerlas. El Jardín y el Zoológico reúnen a la fauna y flora. El espectáculo
es infaltable en muchas de las actividades humanas.
El saber, la
tecnología, la cultura, la interacción y el poder lúdico coexisten en el Parque
Tecnópolis. Allí, cae la imagen dura de la ciencia y la tecnología, para
convertirse en aparente diversión para niños y adultos. En ese espacio se
conjugan el sector público y el privado, así el acceso resulta gratuito para
este recorrido por amplios lugares, donde se explican temas tan relevantes para
la humanidad en la actualidad como biotecnología, energía o conservación de
especies.
En Buenos Aires
escuché nuevamente los latidos de mi corazón, pero esta vez quedaron
registrados en un disco. Si no lucho desde ese espacio, no puedo opinar mucho
sobre él, insisto en el pronombre. Sólo me uno a las voces argentinas para
cantar: “Yo te conozco de antes, desde antes del ayer, yo te conozco de antes,
cuando me fui, no me alejé, llevo la voz cantante, llevo la luz del tren, llevo
un destino errante, llevo tus marcas en mi piel y hoy sólo te vuelvo a ver”.
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